"Es cierto que hay unanimidad en el diagnóstico según el cual las instituciones están agotadas pero, en demasiadas ocasiones, esta reflexión se acompaña de un inocente reclamo que demanda una refundación de la esfera institucional comandad desde el interior. Esto es muy ingenuo. La autocorrección está condenada de antemano a detenerse en el horizonte corto de la mera supervivencia. La institución puede ella misma sanearse e incluso reinventarse, pero si esta operación se gobierna desde el interior institucional, la vocación de este giro solo garantiza la propia supervivencia de la institución, sin ninguna garantía de que ello comporte la recuperación de sus fundamentales funciones públicas. Para abordar la cuestión con toda su complejidad, es necesario remontarse hasta consideraciones de calado profundo.
Nuestro modelo epistemológico siempre ha deducido el sentido y el valor -por ejemplo, las ideas de lo justo y de lo bello- a partir de la experiencia. Es, en efecto, de los mundo de vida de donde se destila el sentido. Esta suerte de metodología, sin embargo, conlleva una enorme dificultad, ya que, de algún modo, hipoteca la vida en esa ingente tarea que la obliga a deducir sentido de sí misma cuando su vocación, por naturaleza, no es otra que el vivir mismo. Es en esta tesitura, obligados a emancipar a la vida de sí misma, que se articula una compleja esfera institucional que tendría por función atesorar el sentido deducido de la experiencia y, más importante todavía, administrarlo y retornarlo cuando así lo solicite el ámbito de la experiencia.
De este modo, si se me permite la fórmula, la vida puede vivir y, al mismo tiempo, cuando padezca de necesidad de sentido para orientar su devenir, sólo tiene que acudir a la esfera institucional para que ésta le regrese el sentido que allí está conservado. Es una suerte de contrato en clave epistemológica que precede a los distintos formatos del contrato social que crecen a su sombra.
La actual crisis institucional no es más que el momento culminante de un proceso perverso que inició su declinación con la elección moderna del paradigma racionalista, científico y capitalista. En efecto, en el momento en el que la esfera institucional toma consciencia de su condición de privilegio se convierte en hegemónica y autoritaria mediante dos procesos distintos. En primer lugar, mediante su atomización bajo el pretexto de la especialización. Este es: la institución se disemina en instancias especializadas -científica, política, estética- que se reparten la prerrogativa de administrar el sentido del que son depositarias, garantizando su posición compartida de privilegio y apoyándose mutuamente para perpetuar esa posición.
El resultado es tan nefasto que representa la primera violación del contrato, ya que, una esfera institucional atomizada y especializada se manifiesta incapaz de devolver sentido frente a unas demandas que son necesariamente transversales. A día de hoy, por ejemplo, son numerosas las situaciones en las que necesitamos argumentos de carácter científico y ético al mismo tiempo, o político y estético y, sin embargo, la esfera institucional es incapaz de devolvernos sentido frente a estas demandas apelando a su especialización.
Esta es la primera fractura irreparable: mientras los mundo de vida padecen inquietudes ajenas a las lógicas disciplinares, la institución sólo administra respuestas parciales, sesgadas y especializadas. En segundo lugar, la esfera institucional se ha revelado también demasiado perezosa tras constatar que su función como depositaria de sentido le confiere una cota de poder que puede ejercerse sin necesidad de actualizar el sentido y el valor que conserva. En efecto, la esfera institucional, se ha manifestado lenta y excesivamente cauta en su compromiso de actualizar permanentemente el sentido en función de cómo éste era deducido de los mundo de vida y, en lugar de someterse a una constante revisión de sus contenidos, ha preferido canonizar sus relatos e imponerlos como indiscutibles. El resultado de esta segunda anomalía es bien simple: el sentido que administra la esfera institucional está habitualmente oxidado y envejecido, incapaz de responder a unas demandas que ya han sospechado respuestas distintas.
Este resumen del problema, a pesar de estar formulado de un modo un tanto urgente, permite deducir de inmediato el imperativo histórico en el que nos encontramos: no hay más remedio que reiniciar el proceso. Reload. Volver a empezar significa abandonar la confianza en la esfera institucional, incapaz de administrar sus contenidos y volver a deducir sentido desde la experiencia: en otras palabras -usurpadas ahora a Marina Garcés- es menester reabrir la ´guerra del valor´. Para ello es necesario volver a habilitar mecanismos de participación que permitan a la esfera pública vehicular sus ideas, contrastarlas, testearlas y, de nuevo, destilar sentido alentado en nuestros mundos de vida. La operación representa, en un sentido profundo, una tarea inventiva de lenguaje que permita nombrar los nuevos lugares radicales en los que acordamos depositar valor. Esta misma tarea de habla representa la original práctica instituyente.
En efecto, siguiendo la lógica establecida, solo será factible idear nuevas estructuras institucionales tras la determinación del valor que estas habrán de conservar y administrar. De ahí que sea legítimo expresar que ahora mismo son más urgentes las acciones destituyenyes que las prácticas instituyentes. Es imprescindible acelerar la deslegitimación del valor conservado en la esfera instutucional actual y, por extensión, del rol autoritario que ejerce la propia institución. En su lugar, es imprescindible habilitar espacios y tiempos para tomar la palabra, volver con ella a definir sentido y valor y, solo a continuación, evaluar cómo podría ser expandido sin reproducir los errores de la especialización y el envejecimiento.
El estrecho debate respecto de la legitimidad de operar dentro del actual marco institucional es muy tramposo por diversas razones. En primer lugar, por la dificultad de determinar cuál sería el afuera posible de la institución en el actual contexto biopolítico. En segundo lugar, por la ingenua defensa de una lógica del sabotaje como única acción relevante. En realidad, la institucionalidad expandida actual, obliga a abandonar el problema, concebido sólo para una falsa distracción de fuerzas. Lo imperativo ya no es el lugar de la acción sino su naturaleza y, en esta perspectiva, lo pertinente ha de identificarse con aquellas iniciativas que propician la apertura de la guerra del valor. Lo verdaderamente imprescindible es idear mecanismos, con independencia de la ortodoxia de sus formatos, capaces de abrir el lenguaje. Las exposiciones y el trabajo museal, más allá de que puedan inscribirse en la perspectiva de una crítica institucional convencional, han de estar animados por esa vocación poética."
Artículo escrito por Martí Peran el 7 de enero de 2014, publicado en el nro. 2 de LA SALA DE PRENSA en La Ocupación.